Ficción - Mark Strand

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Pienso en las vidas inocentes
de las personas que habitan las novelas, de las que saben
que morirán una vez que la novela termine. Cuán diferentes
son de nosotros. Aquí, la luna mira hacia abajo torpemente,
a través de dispersas nubes, sobre el pueblo dormido,
y el viento arremolina hojas secas
y alguien —es decir, yo—, hundido en su silla, hojea
ansiosamente las páginas que quedan, sabiendo que no hay
tiempo para el hombre y la mujer en el cuarto alquilado,
para la luz roja sobre la puerta, para el arco iris
que arroja su sombra contra el muro; no hay tiempo
para los soldados bajo los árboles que bordean el río,
para los heridos arrastrados de muy lejos
a las ciudades del interior donde serán hospedados.
La guerra que dolió tantos años llega a su final,
y todo lo que pasa llegará a su final, excepto una presencia
difícil de definir, una señal, como el olor de la hierba
tras una noche de lluvia o los restos de una voz
que nos deja saber vagamente
sin desesperanza, que si el final llega, también pasará.