Mi primer libro (anécdota) - Julio César Londoño

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1997 es un año que no olvidaré. Mandé un libro de cuentos al concurso Jorge Isaacs de autores vallecaucanos con una fe infinita. En parte porque me creía un gran cuentista (Poe, Maupassant y yo, me repetía ante el espejo) y en parte porque había ganado el año anterior un concurso de cuento de ciencia-ficción en México. De manera que ganar en el Valle era pan comido... El resultado fue un golpe tan certero a mi ego que aún hoy trato de esquivarlo: no quedé ni entre los finalistas. Mi único consuelo era que nadie se iba a enterar, que sería una derrota secreta, una pena íntima.

Estaba equivocado. Uno de los jurados, Álvaro Burgos, alma maldita, sugirió a los organizadores que, además de los libros de los tres finalistas, se publicara el mío, ‘Sacrificio de dama’. La noticia salió en la prensa. Oficialmente yo, el triunfador de México, era cuarto en el Valle. Imposible imaginar una ignominia mayor. Pero ahí no paró mi desgracia. La noticia generó un pequeño escándalo local. Los otros dos jurados me acusaron de tráfico de influencias y a Álvaro de introducir un ‘mico’ en el fallo porque las bases del concurso solo ofrecían la publicación de los tres primeros. De modo que fui ante todos perdedor, cuarto y lagarto.

Sin embargo, fui a reclamar mis 300 ejemplares a la Gobernación del Valle. Calculé que ya estuvieran cayendo las sombras de la tarde sobre la plaza de San Francisco y agradecí al cielo que el trámite se surtiera en los sótanos, sin periodistas ni alfombra ni claros clarines. Pero cuando recibí las seis cajas no pude contenerme y destapé una ahí mismo. Al ver mi nombre en letras de imprenta sentí un corrientazo formidable. Fue como si Homero me estuviera pidiendo un autógrafo. Fue lindísimo. En ese instante olvidé que era el cuarto del concurso y fui el único, el sacerdote secreto del género. Entonces abracé mis cajas con una ternura inédita, las deposité con sumo cuidado en el baúl del diminuto Fiat de mi hermano José y me dije temblando: Gabo, Rulfo y yo…