Los ejércitos - Evelio Rosero

17:40 0 Comments A+ a-

(...) Tengo paralizada la mitad de mi cuerpo, ¿no lo sabías?
—No.
—¿Tampoco sabías qué hicieron los desgraciados de mis hijos? Me dejaron aquí tirado. Me han puesto al lado una olla de arroz y plátano frito, una paila con hígado y riñones, y luego me dejaron aquí tirado. Eso sí, juntaron mucha carne, para que yo coma, ¿pero qué haré cuando se acabe? Los desgraciados.
—Abre por lo menos la ventana. Yo me meto por la ventana. Nos defenderemos.
—¿Y defendernos de quién?
—Te digo que están matando a la gente.
—Con toda razón me abandonaron.
—Abre esa ventana, Celmiro.
—¿No te he dicho que no puedo moverme? Una trombosis, Ismael, ¿sabes lo que es eso? Soy más viejo que tú. Mírate, al fin y al cabo: en plena calle, y bailando.
—Abre.
—Apenas puedo estirar este brazo derecho, agarrar un pedazo de carne, ¿qué haré cuando sienta necesidades?
—Ya vienen, disparan por todas partes.
—Espera.
Pasa un tiempo. Escucho que algo se cae, del otro lado.
—Carajo —escucho a Celmiro.
—Qué pasa.
—Se acaba de caer la sartén con los riñones. Si se mete un perro a esta casa no podré espantarlo. Se lo comerá todo.
Está llorando o maldiciendo.
—¿Y la ventana, Celmiro?
—No alcanzo.
—Ábrela, tú puedes.
—Corre, Ismael, corre a donde sea, por Dios, si es verdad lo que me dices, pero no te quedes ahí parado, perdiendo el tiempo. Se meterá un perro, tarde o temprano, se lo comerá todo, ¿tendré que orinarme en la cama?
—Adiós, Celmiro.