Un cuento de Cortázar que se le olvidó a Gabo - Ricardo Llinás
Con motivo de la muerte de Julio Cortázar, García Márquez escribió en febrero de 1984 un bello artículo titulado El argentino que se hizo querer de todos. Este se volvió a publicar años después en la colección Cara y Cruz de la extintaEditorial Norma, en donde lo leí por primera vez, como prólogo de la colección de cuentos Todos los fuegos el fuego. En este artículo se describe una lectura en voz alta que Cortázar hizo alguna vez en un parque de Paris. Gabo nos presenta aquel evento como el momento mágico que debió ser y nos dice que escuchó leer a Cortázar “sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: La noche de Mantequilla Nápoles”. Nadie, después de leer la nota de Gabo, podría resistirse a conocer aquel cuento.Me llevé dos sorpresas. La primera fue descubrir un error en el nombre del cuento, que en realidad se titula La noche de Mantequilla. La otra sorpresa fue el argumento, que no tenía nada que ver con lo que se mencionaba en el artículo. Gabo confundió La noche de Mantequilla, la historia de un intercambio de mercancías entre mafiosos durante una pelea de boxeo, con Torito, otro cuento de Cortázar contado por un boxeador en primera persona. Aunque, en realidad, tampoco este cuento encaja claramente con la descripción de Gabo.
Diez años más tarde, en 1994, el propio García Márquez escribió la crónica El mismo cuento distinto, en donde relata un caso parecido que le sucedió con un cuento de Simenon que quería releer, pero que no podía encontrar porque había olvidado el título. Lo buscó durante cincuenta años sin ningún resultado, pues la única pista que tenía era el recuerdo vago de la trama.
Sería el mismo Cortázar quien le ayudó a encontrar el cuento de Simenon y el nombre de la antología en la que aparece. Al leerlo, García Márquez descubrió que la historia no era como él la recordaba. “…el relato —dice Gabo— era el mismo, en efecto, pero no era igual a como lo recordaba. Primero porque no estaba contado desde el punto de vista del perseguido, como yo creía, sino desde el punto de vista de Maigret, el perseguidor, y esto alteraba el orden de la compasión. Segundo, porque la intriga policial no estaba resuelta con la simplicidad con que la recordaba, sino como las grandes páginas de la literatura: con un sacrificio de amor.”
¿Qué tanto nos queda entonces de un libro al terminar su lectura? Patrick Süskind dedica un ensayo titulado Amnesia in litteris a contestar esta pregunta, y su respuesta es contundente: después de leer un libro no nos queda absolutamente nada. “Entonces me invade una terrible desesperación —dice Süskind—. La vieja enfermedad ha vuelto a atraparme: amnesia in litteris, la pérdida total de la memoria literaria […] ¿Para qué leer, para qué volver a leer ese libro si sé que dentro de muy poco tiempo no quedará siquiera la sombra de su recuerdo? ¿Para qué hacer algo si todo se deshace en la nada?”
En algunos casos los cambios que Gabo hacía a los relatos que leía iban más allá de la anécdota, y terminaban por convertirse en nuevas historias. Dos ejemplos: Un día de estos, una versión de Espuma y nada más de Hernando Téllez; yMemoria de mis putas tristes, un homenaje a La casa de las bellas durmientes de Kawabata. En el primero García Márquez logró un cuento maestro, en el segundo no contó con tanta fortuna. Pero, al margen de esto, lo interesante es pensar que tal vez en la escritura de estas dos obras de García Márquez haya operado el mismo mecanismo de olvido que transformó los cuentos de Cortázar y Simenon. En ambos casos, una falla de la memoria pudo ir más allá de un error, y convertirse en un hecho literario en sí mismo, que en el caso del cuento de Cortázar no había terminado aún.
Sucedió algunos años después, con la publicación que hizo la editorial Mondadori de la recopilación de los discursos de García Márquez bajo el título Yo no vengo a decir un discurso. En este aparece compilado el mencionado escrito sobre Cortázar. Al leerlo descubrí que no era como yo lo recordaba. Naturalmente me pregunté si me estaba sucediendo lo mismo que a García Márquez. Busqué el libro en el que lo leí la primera vez y realicé la comparación. No se trataba de un problema de mi memoria, había cambios para la nueva publicación, y eran más de los que se advertían a simple vista. Se trataba de una versión que fue leída en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México en febrero de 1994, para los diez años de la muerte de Cortázar. El título del cuento del boxeador no aparece (obviamente para enmendar la equivocación). Algunas frases que hablaban sobre el tiempo que había pasado desde las anécdotas que contaba Gabo hasta el momento del discurso fueron convertidas en frases atemporales. “Haceapenas dos semanas” fue cambiado por “dos semanas antes de su muerte”, por ejemplo. Hay dieciséis cambios de palabras, cuatro cambios de puntos, dieciocho cambios de comas, uno de tilde y uno de guión por comillas. Pero tal vez el cambio más grande es la eliminación total de un párrafo en el que García Márquez describe el momento en el que vio a Cortázar por primera vez en su vida, en un café de la París de sus cuentos. El párrafo es hermoso, y el retrato que Gabo hace de Cortázar es mágico.
Continué la búsqueda y descubrí, como si aún fuera poco, que había una tercera versión que fue posterior a la publicada por Mondadori. Esta aparece en una revista de la Universidad de México, que fue leída el 14 de febrero de 2004 en Jalisco, con motivo de los veinte años de la muerte de Cortázar. Tiene algunos cambios respecto a la primera publicación, pero recupera algunos momentos que habían sido cambiados en la segunda. El encuentro con Cortázar fue eliminado para el homenaje de los diez años del fallecimiento del autor de Rayuela, y vuelto a incluir para la conmemoración de los veinte. Con todo, los tres escritos hablan de un cuento de Cortázar que no existe.
Lo que sí existe es la cadena que sin proponérselo inició La Noche de Mantequilla, y que partió con el cuento original; pasó por la fallida memoria de García Márquez en su primer artículo de 1984; siguió con la versión más lejana del discurso del Palacio de Bellas Artes, a partir del cual se elimina el título del cuento; continuó con la lectura del texto ecléctico de 2004 en Jalisco; y llegó a otros lectores a través de esta nota, que cada quien recordará a su modo.
García Márquez dijo alguna vez que “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla", y tal vez pueda aplicarse la misma sentencia para la lectura de los cuentos, de los que vale más el recuerdo nublado que tenemos de ellos, que el momento en que los leímos por primera vez.
Una última inquietud: ¿Por qué fue borrado el fragmento del primer encuentro con Cortázar? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que dicho fragmento es inquietantemente parecido a la descripción que Gabo hizo de la primera vez que vio a Simenon.